domingo, 9 de septiembre de 2007

¿Dónde estas Mario?

Nada encaja, pero todo queda. Justo como era antes. Como aquella porcelana que daba la bienvenida a los vecinos que, en un acto de hipocresía, curiosidad, y muy pocos, de sincero amor, venían a visitar a mi madre en sus últimos días. La misma mesa de hierro con un vidrio encima en donde reposan, bajo el polvo, dos pequeños libros de frases celebres que mi papá compro cuando vivía con nosotros, junto a un portarretrato viejo, que nos dio la abuela, con la foto del bautismo de Alejandro, ¡Que familia tan feliz!, mamá sostiene a su bebe, mientras mi papá me carga para mostrarme cómo el sacerdote realiza tal ritual; estamos rodeados de familiares y amigos, aquellos que intentaron en vano, algunos mas que otros, permanecer ligados a la familia después del divorcio de mis padres. Aquellos muebles de flores en los que mamá reposaba sus jaquecas, antes de ir corriendo a su cuarto, para encerrarse, llorar y no salir hasta el siguiente día en la mañana. Un comedor sencillo, cuatro puestos. No necesitamos más. De hecho sobra uno. Aquellas cortinas color marrón que solo dejan entrar un poco de luz sobre el bife que esta al lado del comedor.

Comida. Mamá siempre intento ser aquella ama de casa, dedicada, tierna, alegre y amorosa. Y en una época lo fue. Después de esto, los desayunos en la casa no volvieron a existir. En la cocina siempre se encontraba afuera una caja de cereal, sólo debíamos sacar la leche de la nevera, y sentarnos a la mesa, mientras veíamos cómo mamá se levantaba con un atuendo devastador, todo su maquillaje regado, su hermosa cabellera irreconocible, envuelta en esta bata blanca con la que trataba inútilmente de cubrir las heridas de su alma. “¡Al colegio!, es hora de ir a estudiar”,“Chao mami”…
Pero, al regresar, diariamente, encontrábamos todo muy limpio. Era Doris la responsable de todo esto. Aquella humilde y buena mujer que unos años después encontraría el final de su vida en un infarto. Todos dicen que fue la edad. “A los 60 años el corazón de cualquier persona pueda fallar” dijo un doctor amigo de la familia. Sólo Alejandro y yo sabíamos que el asesino había sido su hijo, olvidándose de ella por culpa de otra mujer.

Ahora sólo quiero estar en mi cuarto. No importa que huela a nostalgia mezclada con madera. No me importa que su aspecto sea bicolor, este constante juego entre el vinotinto y el café. Quiero atarme a la base de mi cama, y quedarme acostado en la alfombra durante todo el día. Estas gafas empiezan a cansarme. Ya no quiero ver más este asqueroso invento humano al que todos falsamente llaman realidad. He pensado en esconderme bajo el viejo escritorio de madera que Don Mario dejó, y no salir de allí nunca, Sólo estirar mi mano para tomar aquellos libros de filosofía, o algunas de las obras literarias que estoy leyendo, y sumergirme en una de ellas, o por qué no, en todas a la vez. Ser amigo de aquel duende que no deja de perseguir a la princesa, mientras ésta huye del castillo, o aquel mago medieval que intenta dar a conocer la poción de la felicidad eterna. Pero no me atrevo a hacerlo. No quiero hacerlo. No lo hago, por que sentiría que las patas de este escritorio se transformarían en las manos de su dueño, él aprovecharía a abrazarme y repetir sus inútiles palabras que borro, hace ya varios años con un sólo acto…. “Te quiero hijo”.

Me arrastro y… lloro. Estoy llorando. Como quisiera abrazarte mamá, y decirte que todo va a estar bien. Que saldremos de esto juntos. Ya no más dolores de cabeza, no mas pastillas ni inyecciones, no mas depresiones, Sólo tú, mi hermano y yo. Es necesario llegar hasta mi ventana, no para encontrar la luz, o asomarme al patio de mi casa. Para todo lo contrario. Necesito envolverme entre estas pesadas corrientes de mar, agua que no disfrutó mucho tiempo de su claridad y transparencia, pues este azul se vio mezclado con la sangre del mar muerto, que da esa atmósfera oscura a mi habitación, y da la pauta para la batalla de colores profundos.

Es inútil tratar de conectarme a algo para desconectarme de este mundo. El celular lo arroje al suelo del estudio hace algunos minutos, y estoy seguro, por la fuerza con que lo hice, que no ha de sobrevivir esta vez. Mi guitarra, mi guitarra, como quisiera tocarte en estos momentos, y hacer de esta tristeza una hermosa canción, pero no me siento con las fuerzas suficientes para alcanzarte, sostenerte y consentirte o que me consientas. Lo único que puedo hacer es observarte y desde la lejanía darte las gracias por no dejarme.

Mientras le doy a mis brazos la tarea de pies, y reduzco mi vida por un instante a aquellos seres cuadrúpedos a los que erróneamente el ser humano ha llamado inferiores (sin tener en consideración que el animal mas peligroso y monstruoso es el mismo hombre), me encuentro con mis cuadernos. ¿Cuándo dejaron de ser simples apuntes de mi vida y se convirtieron en enormes y profundos relatos de esta?, son mas de 100 cuadernos, todos guardados debajo de mi cama. Absorbiendo mi calor en las noches, y añorando mi llegada durante todo el día. Eso es. Lo mejor es escribir. Necesito sacar de mi todo esta tempestad que amenaza mis ilusiones, es necesario plasmar toda esta agonía que esta arrasando con todo aquello que habita mi interior. Tomo varios cuadernos y empiezo a buscar al menos una mitad de hoja limpia, un pedacito que haya pasado por alto en el momento que escribía, pero todo están llenos de letras, de pequeños símbolos que unidos intentan transmitir el lenguaje de mi corazón. Estoy seguro de que debe haber algún espacio para este momento… y así es. La encuentro, una última hoja, de un cuaderno en el que empecé a escribir en febrero de 1999, siento algo de curiosidad por leer, y cambiar mi actividad de escritor por el de inspector, pero no quiero encontrarme con aquellos recuerdos que condenan mi vida.

Los lapiceros están en un vaso de “La Gobernación de Valle”, que alguna vez le regalaron a mi mamá, ubicado en la más alta pestaña de mi biblioteca, entre “Hamlet” y “Crimen y Castigo”. Extiendo mi mano y en una búsqueda de la cama como apoyo para ponerme de pie caigo bruscamente al suelo. Siento que mi labio esta sangrando, pero ahora no es momento para atender los berrinches de mi cuerpo. Siento como el computador me observa y me invita a gritos que lo utilice, que deposite todos mis sentimientos en aquel sistema binario en el que toda la sociedad posmoderna a depositado, no solo su confianza, su dinero, sus relaciones amorosas, sus sueños y sus frustraciones, sino la vida como tal, sin percatarse de la tan evidente Apocalipsis electrónica, y por ende, de identidades, que se aproxima sin marcha atrás.

La distancia y las alturas me han vencido nuevamente hoy. No siento que mis piernas quieran ayudarme a estar de pie y alcanzar el teclado manual en aquel punto alto de la biblioteca. Estoy seguro que están realizando una protesta por la desatención de mis labios. Y esta vez debo aceptar que me han ganado.
Continuo arrastrándome por la alfombra, de la cual se levanta polvo a medida que voy pasando, pero se siente suave, cómoda, confortable, es ella ahora lo que me da calor. La sangre, proveniente de mi boca, ha empezado a dejar marcado el camino de mi dolor. La ropa me estorba, pero este fuerte escalofrió que me invade no me permite actuar sobre mi cuerpo. Lo único que me hace feliz en estos momentos, es que de hace unos minutos para acá, empecé a ver todo mas claro, o mejor dicho, mi realidad mas clara, pues en aquella caída perdí también mis gafas, aquel elemento que me encadenaba fuertemente a quedado atrás. Ahora busco la salida de mi cuarto. Se que en la habitación del lado izquierdo de la mía encontrare lo que tanto busco. Cuando mis manos, en un acto de torpeza y desesperación, encuentran la puerta, siento la necesidad de mirar frente a mi, y todo lo que logro ver son los colores del jardín, manchas verdes, rosadas y amarillas que se cruzan unas con otras, produciéndome una sensación de mareo.

Ahora puedo oler a Alejandro, pues todo su cuarto se encuentra sumergido en este dulce y jovial aroma, que mezcla lo masculino con la niñez de una forma extraordinaria, otorgándole la vida un olor único y mágico, que logra tranquilizar cada parte de mi cuerpo, mientras lucho por no ahogarme con el agua salada proveniente de mis dos verdugos, que se esconden tras la fachada de uno ojos color canela.

Aquí, tapado por las cobijas de mi único amigo, he decidido quedarme esta vez a pasar la noche, mi particular noche. Se respira tanta soledad en esta casa, parece que los propios árboles se escondieran para no darme la cara, parece que cada persona que aparece en las fotografías del pasillo, hubiese decidido escapar de aquellas cuatro barreras y dejar un paisaje desolado en reemplazo. Ni siquiera mis libros intentan hablarme esta vez. Todos y cada uno de ellos han optado por resolver sus propias dudas, mientras me dejan a mí resolviendo mi vida entera. Hoy no valen prostitutas, ni de cuerpo ni de alma, para calmar esto que me esta comiendo lentamente. Y tú Susana, debes permanecer alejada de este vestigio que la vida esta marcando en lo mas profundo de mí.

1 comentario:

Estructuras Narrativas dijo...

¡Total!, para hablar en tus términos, indescriptible, mejor, en los míos. Es un texto muy bueno, muy doloroso. Me asusta que logres sacar de este embrollo a Mario, en este momento Susana no va a lograrlo, ni la poesía, ni la música tampoco. Alguien tiene que descubrir todos esos cuadernos llenos de melancolías. Me hiciste recordar algo que quisiera que leyeras, está en azulquitapenas, en el primer archivo, en junio del 2006, se llama el Blues de la Chimenea, míralo y luego hablamos.